jueves, 28 de agosto de 2008

¡Ay!, la ortografía

¡Hola juventud! En tiempos de globalización y el avance vertiginoso de la cibernética pareciera cosa de locos hablar de ortografía, ahora que los jóvenes logran comunicarse a través de símbolos e íconos, rompiendo toda norma establecida. Sin embargo es necesario recordar que la ortografía nos da prestigio social. Lo demás no importa, ya que dime cómo escribes y te diré quien eres. Gracias a nuestros amigos de la ASOCIACIÓN ARGENTINA DE LECTURA, les presentamos un interesante artículo satírico y mordaz para reflejar el caso de las personas que escriben por escribir, que no tienen mínimo respeto a las normas establecidas. ¡Vamos bien!

Desde la ortografía

En el tiempo donde reinaba la injusticia, nadie sabía a ciencia cierta dónde y cuándo se podía hablar o pensar. Cuál era el lugar para encontrarse con los amigos, qué era lo que se podía escribir o cómo se debía llevar de largo el cabello para no ser castigado.

Todo estaba patas para arriba. Otros pensaban que estaba patas para abajo y otros creían que todo estaba sin patas.

Tanta inseguridad despertaba temor. El temor despertaba al miedo. El miedo despertaba al temblor. Y el temblor a otros tantos movimientos que llevaban a la desesperación.

Y seguía todo dando vueltas y vueltas en círculos interminables encerrando a estas palabras y a otras parecidas y a sus sinónimos como: sustos, angustia, recelo, espanto, pánico, pavor, desconfianza.

El desconcierto era general. Por esto ocurrió el gran lío. Este lío fue la causa de la confusión.

Ya que por inseguridad se trastocaron los acentos. Así se escribía lió, sóño.

Por temor, las agudas desaparecieron porque sugerían angulosidades e ideas filosas. Por miedo, las graves se internaron en clínicas de alta seguridad. Por temblores, las esdrújulas, buscaron sintonizar con palabras semejantes como brújula y se establecieron en el norte para sentirse protegidas debajo de la aguja imantada.

Por angustia las sobreesdrújulas cambiaron el prefijo sobre por el "debajo". El trabajo más disciplinado lo realizaron los monosílabos, pues establecieron multisectoriales zonales y democráticamente votaron sobre el ser de su existencia. Todos apostaron a funcionar de una sola manera: sin acentos. Para evitar así el acertijo de usar tu o tú, el o él.

En el tiempo de la injusticia, los plurales, por susto, recelo y pánico, pavor y desconfianza, se permitieron licencias. Así yo se transformaba en "yos", ombú en "ombús". También las mayúsculas se atrevieron a ubicarse donde tenían la real gana , al comienzo, en el medio o al final de las palabras. Y se escribían: "aHora es tiempO de pensaR en el idioMA".

Siguieron los tiempos de la injusticia. Pero justo y necesario es que coloquemos los acentos donde corresponda, las mayúsculas en su lugar, los plurales como dicen las reglas. Porque así podremos empezar a hablar y a decir lo que se siente y a sentir lo que se dice, sin faltas ortográficas. Para que los que creen en los posibles , que son los más, inauguren el tiempo nuevo de la justicia, sin temores, ni miedos, ni pánicos, ni, ni, NI, Ni.

Elizabeth Carpi (26/04/07)