viernes, 7 de noviembre de 2008

¿César Vallejo ha muerto?

¿Me será permitido insistir, todavía, después de tantos años, con modesta firmeza, que no puedo dejar de percibir a César Vallejo como el más grande poeta de la lengua castellana, y hasta quizás no sólo en el siglo XX?

Rodolfo Alonso | Perú de un vistazo.

César Vallejo nació en 1892 en una Compostela indoamericana, la peruanísima Santiago de Chuco.
Como él mismo lo dijo, por anticipado, en un poema tan legítimamente memorable como visionario: “Piedra negra sobre una piedra blanca”, falleció en París, pero sin aguacero, y no un jueves, sino un Viernes Santo. A las 9:20 horas del 15 de abril de 2008 se cumplieron setenta años de su muerte. Y, sin embargo, cuánta vida nos ha seguido dando. Mi descubrimiento personal, hondo e íntimo, de César Vallejo (1892-1938), fue para mí un acontecimiento extraordinario. No sólo porque me ocurrió en plena adolescencia –alrededor de los quince años–, sino también porque, no disponiendo en aquel entonces de ningún antecedente intelectual, literario o académico de ningún tipo, mi primera percepción de su enorme, profundísima poesía fue absolutamente inocente, sin posibilidad concreta de prevención o preconcepto alguno. Y también aislada, individual, como lo son todos los grandes descubrimientos primigenios. (¿Está de más reiterar aquí que algo muy similar me aconteció, casi contemporáneamente, con Roberto Arlt?)

Durante mucho tiempo intuí, sin haber reflexionado sobre el punto, que esa revelación conmocionante se debía a un fulmíneo contacto con la evidencia –en el sentido de Husserl: vivencia de la verdad– en que su uso de la palabra convertía a un poema. Había allí algo encarnado en lenguaje que iba más allá del lenguaje, humanísimo lenguaje humano. Y el sentimiento, bien de fondo, se contagiaba sin posibilidad alguna de retórica, latente en su palabra, viva. Que ello se diera entrañablemente vinculado con dos acontecimientos que también se me volvieron legendarios, siquiera en forma infusa, es decir la Guerra civil española, la lucha de aquellos humildes milicianos, los heroicos voluntarios que defendieron a la República, vivida como una personal mitología, y el hecho de que en su sangre se mezclaran –todavía de manera inconsciente para mí– lo ibérico y lo indígena, no dejaba de incluirse oscuramente en aquel impacto original.

FUENTE: LA jORNADA (México)