sábado, 31 de mayo de 2008

Testimonio dulce y sincero

HOla juventud!! Hace cerca de un año conocí a Edgar, digno maestro de Matemática, en la UCV y percibimos su calidad profesional y humana sobre todo, tal como lo reflejara cuando escribió un artículo recordando el poema Los pasos lejanos de nuestro inmortal poeta César Vallejo. Pocos maestros tienen esa categoría que es valorada por sus pupilos, debido a su constante preparación y entregar en el accionar docente, que busca la formación integral de alumnos reflexivos, críticos y creativos para resolver los problemas de la vida. Como mucho gusto publicamos el testimonio objetivo, dulce y sincero de una de sus alumnas. Vamos bien!

Soy una muchanchina
Por mc salgado

Desde que llegué acá, hace 9 años, descubrí que no me gustaba el colegio.
No me gustaban los horarios, ni que me digan a que hora debía comer y a que hora ir al baño. No me entraba en la cabeza como podían reorganizar mi vida a su gusto, y como aún así, se suponía que debería de disfrutar el colegio.
No me gustaban, por consiguiente, las asignaturas, y nunca discriminé: Odiaba a todas por igual, sea historia, matemática, ciencias naturales o geografía. (Claro que al entrar en secundaria, física ocupó un lugar muy importante en mi corazón).
Pero volvamos al pasado "primarioso": Las mañanas del 97 y 98 eran luchas interminables con tal de no ir al colegio, donde me podía sujetar de las rejas de mi casa o intentaba que me dé gripe crónica. (Cosa que nunca existió, y que hasta ahora intento inventar)
El tiempo pasó, como muchas otras cosas, y poco a poco comencé a entender cual era el fin de todos esos horarios (que hasta el día de hoy me incomodan), y cuál era el propósito de una subdirección con dos suspensiones.
Llegó la secundaria, casi sin darme cuenta. Y aunque cambiaron menos cosas de las que esperaba (pensaba que maduraríamos...), los profesores que antes veía con extrañeza desde el aula de tercer grado de primaria, estaban, con un poco más de canas (caso contrario, con un poco menos de pelo), y en mi aula.
Pero hubo un profesor que captó la atención de nuestro salón.
Edgar -así pide que lo llamen-, llegó a la clase, cantando y saltando.
Un ejemplo... yo nunca llegué así a una clase, y muchos de los “muchanchines” de Castillo, que también estudian en mi salón, desconocían esa entrada.
Con zapatos bien lustrados y una camisa impecable, empieza a hacer lo que mejor he visto que el ha podido hacer: Dar una clase.
“Buenos días Muchanchines”, dice con energía, y una oleada de alumnos semidormidos por el frió invernal se levantan, como una ola humana.

Edgar pide que nos sentemos, y todos lo hacemos. “Mi querida Zoilita me habrá traído mi atún?” dice en tono de juego, y el acento dictatorial innecesario que podríamos estar esperando, parece ser algo inalcanzable y absurdo, producto de nuestro amigo Edgar.
Hay gritos en su clase, pero solo los mínimos y necesarios. No hay anotaciones, ni insultos. Edgar Castillo, aliado de la perseverancia y de la dinámica, ha venido con un amigo hoy; Un elefante.
Saber que pasará en sus clases es casi tan impredecible como saber con que canción nos saboteará la concentración en un examen –es broma profe, nos gustan sus canciones-.
Edgar Castillo sabe lo que hace, y aunque parezca este escrito un halago en búsqueda de una nota, no hay nada más alejado. Edgar nos ofrece, diariamente, un profesor, un maestro, un amigo, un sabio, un niño, alguien que se tomará una foto si encuentra una cámara en tu carpeta y te pedirá, después de posar para el flash, que la guardes, alguien que como sabe poner en orden 35 muchanchines, y alguien que sabe reírse a carcajada suelta cuando le pide un minuto al profesor de la siguiente hora.
Pero Edgar no solo sabe de matemáticas..., mas de una vez nos cuenta trozos de su vida, de todas sus facetas, nos cuenta del dolor que hay afuera, en el mundo, en la calle, en las guerras, nos enseña qué tenedor usar si es que nos lleva a la Rosa Náutica, nos cuenta del ingenio peruano, anécdotas familiares, de su vida fuera de Lima, de su juventud, de sus inventos y experiencias, y a veces, para identificarse con la juventud de hormonas revueltas, también nos cuenta de la vecina “power” o “fuerte”. Mil cosas distintas, de mil temas distintos, en una sola clase.
Tengo la suerte y el privilegio de poder escribir esto en una computadora, y mientras que escribo esto, desde mi casa (aún mas suerte) Alonso me habla desde el Messenger, y le digo ¿Sangre, qué piensas de Castillo?, y aunque no me guste hablar de terceros con otras personas (y no lo suelo hacer) la respuesta que me da Alonso es la misma que esperaba, y el mismo mensaje que intento dar yo;
Alonso (U) mi vida dice: “Pucha, creo que es chévere, y sabe llevar la clase, o sea que no es aburrido, además que se lleva bien con todos... a veces fastidia, pero es para ayudarnos, le interesa que aprendamos su curso y nos apoya cuando necesitamos algo, a veces se cierra en su posición, pero solo eso”.
Mis dudas son disipadas, y llego a la conclusión de que no soy la única persona que disfruta de ser un muchanchín del genial Edgar.