viernes, 13 de marzo de 2009

Blanca partió antes de tiempo

A José Antonio, Pionero de la lectura.

¡Hola juventud! Ustedes recordarán que abril es el mes de las letras peruanas; porque en esta época han nacido o fallecido insignes escritores de nuestra Patria. Desde el Inca Garcilaso de la Vega (nació el 7 de abril de 1539 y murió el 23 del mismo mes de 1616), Abraham Valdelomar, autor de El Caballero Carmelo, nació el 7 de abril de 1888; nuestro Amauta José Carlos Mariátegui falleció el 16 de abril de 1930; el poeta universal César Vallejo, símbolo de solidaridad, nos dejó físicamente el 15 de abril de 1938; el poeta de las figuras José María Eguren murió en combate entre reyes rojos el 16 de abril de 1942 y hace dos años José Watanabe voló a la eternidad (25 de abril de 2007).

Por eso manifestamos que tan maravillosa poeta Blanca Varela partió de Puerto Supe al infinito antes de tiempo (12 de marzo 2009); pero así es la fugacidad de la vida, que a veces no entendemos y vivimos por vivir, no le damos sentido, motivo, ideal que encamine nuestro existir. Tan dulce y tierna mujer publicó el poemario "Ese puerto existe", obra del cual publicamos uno de sus mejores poemas. ¡Hasta siempre Blanca!

Puerto Supe

a J.B.

Está mi infancia en esta costa,
bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo,
sombra veloz, nubes de espanto,
oscuro torbellino de alas,
azules casas en el horizonte.

Junto a la gran morada sin ventanas,
junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.

¡Oh, mar de todos los días,
mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!

Allí destruyo con brillantes piedras la casa de mis padres,
allí destruyo la jaula de las aves pequeñas,
destapo las botellas y un humo negro
escapa y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.

Están mis horas junto al río seco,
entre el polvo y sus hojas palpitantes,
en los ojos ardientes de esta tierra
adonde lanza el mar su blanco dardo.
Una sola estación,
un mismo tiempo de chorreantes dedos
y aliento de pescado.
Toda una larga noche entre la arena.

Amo la costa,
ese espejo muerto en donde el aire gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.

Aquí en la costa escalo un negro pozo,
voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre
ciego pupilas luminosas y vacías,
o habito el interior de un fruto muerto,
esa asfixiante seda, ese pesado espacio
poblado de agua y pálidas corolas. En esta costa soy el que
despierta entre el follaje de alas pardas,
el que ocupa esa rama vacía, el que no quiere ver la noche.

Aquí en la costa tengo raíces,
manos imperfectas,
un lecho ardiente
en donde lloro a solas.

El Soldado de la lectura.